Analicemos esta “fiebre” que experimentó el mercado de consumo, más concretamente el
editorial. La venta de estos ya famosos crucigramas numéricos venidos de
oriente superó cualquier expectativa. Quizás su desmesurado éxito radique
en que no requiere una habilidad matemática especial ni conocimiento alguno del
lenguaje, sino la simple aplicación de la lógica más sencilla.
El sudoku, que significa “número único”, se compone de un bloque de nueve por
nueve cuadraditos dividido a su vez en nueve mini-bloques de tres por tres.
Cada línea horizontal o vertical se completa con números del uno al nueve sin
repetir y también lo hace cada mini-bloque. Al comienzo del juego, lógicamente,
sólo alguno de estos cuadraditos muestra su contenido, los demás aparecen en
blanco y deben ser completados por el jugador, que partiendo de las pistas
iniciales y con razonamientos sencillos irá descubriendo lo que falta.
El juego se
originó en Japón en los años ochenta. Los sudoku
comenzaron a invadir las páginas de las revistas japonesas y a absorber la
atención de sus lectores. Wayne Gould, un juez retirado de
Nueva Zelanda descubrió estos pasatiempos en una librería japonesa. Al no
conocer el idioma japonés, escogió el libro de sudoku por ser de lo poco que en la tienda podía comprar y
comprender. Pronto descubrió su enorme potencial adictivo. Decidió desarrollar
un programa informático que ayudara a generar los nuevos rompecabezas. Quizás
no imaginaba entonces cuanta popularidad podían llegar a conseguir en todo el
mundo.
El programa de
Wayne generaba sudoku al azar.
Recortó uno como ejemplo y lo llevó a la sede del periódico The Times de Londres, donde logró que le
recibieran y más tarde que se publicaran sus sudoku gratuitamente, pero no sin citar la dirección de su página
web, donde se vendía el programa informático que los generaba. Acababa de
comenzar la sudokumanía, a la par que
llegaban los grandes beneficios económicos para el ex - juez. Wayne Gould en
poco tiempo suministraba ya los pasatiempos a decenas de periódicos en países
de todo el mundo, que se encargaban de crear expectativa y de contribuir al
éxito del atractivo juego. Libros de sudoku
comenzaron a escalar las listas de los más vendidos, dejando perplejos a los
editores más reputados, que se veían incapaces de explicar tan inhabitual
demanda, sin precedentes para un libro de crucigramas. El juego no sólo invade
libros y periódicos, sino que también se multiplica en variadas versiones
electrónicas.
La fascinación
generalizada provocada por estos pasatiempos numéricos, ha sido motivo de todo
tipo de interpretaciones y análisis. Se dice que la resolución de un sudoku requiere poco entendimiento y en
contrapartida, genera un grado de satisfacción muy positivo y difícil de
conseguir cuando nos enfrentamos a arduos problemas de la vida cotidiana sin
soluciones claras. Se especula con la supervivencia o desaparición del
entretenimiento a medio y largo plazo. Lo único cierto es que una vez más, una
idea brillante e ingeniosa triunfa sin necesidad de un gran apoyo publicitario
o de marketing. Un hombre supo cómo
mostrarla al mundo y la gran aceptación popular hizo el resto.