Algo sucede en la mente de todo creativo al encontrar una nueva idea. Una novedosa conexión de conceptos se produce e ilumina el pensamiento de una sola persona para, posteriormente, alumbrar a otras muchas que reciban esa misma idea. Es como un soplo, una bocanada de aire fresco que sacude de su letargo a los espectadores para estimularles con una propuesta de ingenio que se desmarca de la mediocridad y confusión reinante, provocando algún tipo de reacción. Ese tipo de ideas no abundan, hay que cuidarlas porque son delicadas al nacer y pueden quedar absorbidas en la medianía general.
Vivimos en un mundo donde los medios
de comunicación se multiplican y evolucionan constantemente. Los consumidores
reparten su atención entre miles de mensajes y en cientos de canales analógicos
o digitales, por cable o por satélite. Aprenden a huir de los anuncios incluso
cuando éstos se mezclan en su oferta de entretenimiento. Las marcas deben
dividir y complementar sus mensajes en diferentes medios y soportes, haciéndose
un hueco en la bombardeada capacidad de atención de los consumidores.
El poder del ingenio es real. Es la llave necesaria para acceder a la sitiada mente del
consumidor, para provocar su atención e interés encaminándolo a la acción.